A lo largo de la historia de la humanidad, muchas han sido las enfermedades infecciosas que la han atacado. Estos males han cobrado millones de vidas y afectado gravemente la salud de algunos sobrevivientes.
Por fortuna para quienes nos encontramos en este momento habitando la tierra, la medicina moderna desarrolló una forma bastante eficiente de combatir, y más importante aún, prevenir estas enfermedades, las vacunas. ¿Cuál fue la primera? ¿Quién la inventó?
¿Qué es una vacuna?
No nos pondremos muy científicos, pero sí es oportuno tener una noción básica de lo que se entiende por vacuna. Así, encontramos que la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos facilita una definición de vacuna. La misma puede ser entendida como una preparación cuya finalidad es generar inmunidad contra una enfermedad mediante la estimulación de la producción de anticuerpos.
Esto se logra a través de varios mecanismos, como el uso de una suspensión de microorganismos muertos o atenuados, así como de derivados de microorganismos.
Los inicios de las vacunas
Aunque ha sido mucho el camino recorrido desde la primera vacuna, resulta sorprendente saber que son relativamente tempranas en la historia, apenas unos 226 años. Para iniciar la historia de las vacunas debemos contextualizarnos, pues en el mundo se propagaba rápida y mortalmente la viruela, una enfermedad capaz de desfigurar y matar. Actualmente, se calcula que alrededor de 300 millones de personas murieron a causa de esta enfermedad durante el siglo XX.
Como antecedente a la vacuna, una manera de prevenir la viruela fue el método conocido como “variolización”. Este consistía en pulverizar las costras de una persona enferma y soplarla en la nariz de una persona sana. Con esto se esperaba que la persona inoculada enfermara levemente y después sería inmune a la enfermedad y sus síntomas más graves. Sin embargo, existía un gran riesgo de enfermar gravemente, si el paciente quedaba expuesto a la pulverización de una costra joven.
El misterio de las ordeñadoras de vacas
Para ese momento, ya era sabido entre la población que las mujeres que ordeñaban vacas eran inmunes a la viruela, curiosidad que no pasó desapercibida para el médico británico Edward Jenner. El galeno, observó e hizo seguimiento al hecho de que las personas que ordeñaban vacas y contraían la viruela bovina, resultaban protegidas contra la viruela humana. Era pues evidente que, la viruela bovina era mucho más leve, causando unas cuantas erupciones en las manos que se curaban al paso de una pocas semanas.
Con estos datos en mano, en 1796 Edward Jenner se atrevió a poner en práctica su teoría e inoculó a un niño de ocho años con la viruela bovina. Una vez, el niño se recuperó de esta afección, le inyectó el virus de la viruela humana. Para la suerte de todos, el pequeño no se contagió ni tuvo síntomas. Es así como se había desarrollado la primera vacuna y se abría el camino de la inmunología.
Después de 2 años, el médico publicó sus resultados en los que pudo demostrar que la idea de la vacuna funcionaba, noticia que se extendió rápidamente, trayendo consigo que las tasas de mortalidad bajaran rápidamente.
No hubo grandes avances en este sentido, hasta el siglo XIX, cuando el médico francés Louis Pasteur desarrolló una segunda generación de vacunas contra el cólera y la rabia. Asimismo, se usó el término “vacuna” en referencia a los experimentos relacionados con vacas que había dado inicio al proceso de la mano de Jenner.
El arriesgado experimento de Jenner
Como muchos habrán deducido del relato anterior, hoy día un experimento como el que realizó Jenner es impensable y considerado poco ético. Usar a un niño de 8 años, hijo de su jardinero, puede ser considerado algo cruel. Sin embargo, vistos los riesgos que se corrían con la variolización, el avance desmedido de la enfermedad y la certeza que lo acompañaba después del estudio de su hipótesis, fue un riesgo con excelentes consecuencias para la humanidad.
Parra ese momento, en los artículos sobre la vacuna el británico ya empleaba la palabra virus, aunque sería un siglo más tarde que se comprendería la naturaleza de estos agentes y su interacción con el organismo para la creación de anticuerpos. Elementos estos claves en lo que actualmente son tratamientos para las alergias, el sida, o en lo que implicó el desarrollo de las vacunas de la fiebre amarilla, gripe y tuberculosis.
Gracias a este arriesgado experimento, la viruela se declaró erradicada por la OMS en mayo de 1980.
Tipos de vacunas
Si bien aquel primer paso implicó que miles de personas se salvaran de una terrible enfermedad, ese sería solo el primer paso para desarrollar más vacunas. También conllevaría al estudio de los virus y demás agentes infecciosos que vendrían después o que ya acompañaban a la humanidad representando grandes riesgos para la población más vulnerable, los niños.
Ahora contamos con muchas vacunas que aumentaron las expectativas de vida de millones de niños alrededor del mundo. El desarrollo de las mismas se ha expandido tanto que ahora podemos diferenciar distintos tipos de vacunas.
Vacunas vivas atenuadas
Es la forma que significó el origen de las vacunas. Este tipo utiliza una forma atenuada del agente causante de la enfermedad. De esta manera, por su similitud con la infección natural, son capaces de crear una respuesta inmunitaria fuerte y de larga duración. Ejemplo de estas son las vacunas contra el sarampión, paperas, rubéola, viruela, varicela o fiebre amarilla.
Vacunas inactivadas
En este caso, se utiliza una versión muerta del agente causante de la enfermedad, pero su protección no resulta tan fuerte como las anteriores, por lo que puede necesitar varias dosis o las llamadas vacunas de refuerzo para tener la inmunidad continua. Ejemplo de esta son, la vacuna contra la hepatitis A, gripe, polio o rabia.
Vacunas recombinantes, polisacáridas y combinadas
Esta usa partes específicas del agente, como pueden ser la proteína o la cápsula, ofreciendo una respuesta inmunitaria muy fuerte. Ejemplo de ella son la vacuna contra la hepatitis B, VPH y tos ferina.